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En la obra y la trayectoria académica de Omero Leyva Flores sobresale un factor muy relevante: el de la originalidad. Su originalidad es mensurable de varias maneras. La más inmediata es la de hacer un ejercicio mental, al momento de ver sus obras, con la intención de recordar a las de cuál otro artista, mexicano o no, “se parecen”, y descubrir, muy pronto, que “no se parecen” a las de ningún otro colega suyo. Todo arte es deudor del arte preexistente al momento de su producción; de eso no cabe la menor duda. Pero la obra de Omero Leyva Flores es original en tanto a su elevada (y buscada por su autor y, por ende, controlada) elocuencia; a su contundente fuerza expresiva. Es original en lo que concierne a la combinatoria temática que es tan rica y múltiple como su capacidad para aprehender elementos de la realidad guerrerense en la que nació y creció. Si su visión de lo cotidiano sorprende o incluso inquieta a públicos urbanos, es porque “lo cotidiano”, así, en general, no existe. Existe lo cotidiano de cada lugar y momento específicos, eso sí. Y sucede que lo cotidiano rural guerrerense de su ámbito particular escapa, con mucho, de lo bucólico. Asimismo, la obra de Omero Leyva Flores es original por los formatos que ha elegido (sobre todo en lo concerniente a su producción dibujística), así como por el repertorio técnico del que ha hecho acopio durante su formación profesional, y por su manera de aplicarlo. Si se quiere, de manera tautológica, por su original manera de aplicarlo.
Carlos-Blas Galindo